
Leer el capítulo (pdf)
EL-ABISMO-DE-HELM-LAS-DOS-TORRESResumen
Nota importante: las traducciones al español del capítulo ‘El Abismo de Helm’ tienen graves errores que impiden visualizar con claridad lo que Tolkien escribió. El vídeo anterior está realizado con la traducción corregida. Si desean saber más, les recomiendo visitar este maravilloso artículo https://uan.nu/dti/helmsdeep.html
El ejército de Rohan partió de Edoras mientras el sol se hundía en el horizonte, dejando tras de sí una estela de luz dorada que cubría los campos de Rohan. La bruma del atardecer envolvía la tierra, y la noche avanzaba rápidamente. Con el temor de llegar demasiado tarde, Théoden y sus hombres cabalgaban a gran velocidad hacia el Abismo de Helm. Por delante se extendía un largo y arduo camino que los llevaría a través de colinas, valles y riachuelos. Detrás de ellos, la sombra del enemigo se cernía sobre la tierra.
La marcha fue extenuante. Los jinetes de Rohan, aunque ágiles y resistentes, sabían que la distancia que los separaba de los Vados del Isen era considerable. El temor de que las fuerzas de Saruman hubieran ya asestado un golpe decisivo sobre los defensores pesaba en el ánimo de todos. Cabalgaban sin detenerse, con pocas paradas para descansar, pues cada minuto era crucial. Las huestes se adentraban en la noche y cuando finalmente se vieron obligados a acampar, la incertidumbre sobre lo que encontrarían al llegar los acompañaba.
El segundo día de viaje fue aún más inquietante. El aire se volvió denso y la bruma oscurecía el cielo, presagiando una tormenta que venía del este. En el horizonte, se levantaban nubes oscuras que parecían arrastrarse desde Mordor. Gandalf, siempre atento a las señales del entorno, advirtió la creciente oscuridad. En un momento decisivo, decidió separarse del grupo, partiendo velozmente sobre Sombragris. “Tengo una misión urgente,” dijo antes de desaparecer como un rayo en el crepúsculo. Sus palabras fueron pocas, pero su partida dejó a todos inquietos.
Théoden, pese a la ausencia de Gandalf, mantuvo la firmeza. Sabía que la hora de la batalla estaba cerca, y aunque el camino hacia los Vados del Isen era largo y agotador, no dudó en continuar. En el trayecto, recibieron noticias sombrías: las fuerzas de Saruman ya habían golpeado los Vados, y muchos de los hombres de Rohan habían perecido. Los restos del ejército, liderados por Erkenbrand, se habían replegado hacia el Abismo de Helm, pero su situación era desesperada. Las tropas estaban dispersas y la mayoría de los hombres habían sido masacrados o estaban huyendo sin rumbo. Sin embargo, cuando un mensajero exhausto anunció que no había esperanza, Théoden, con la dignidad de un rey renacido, replicó con firmeza: “La última hueste de los Eorlingas se ha puesto en camino. No volverá a Edoras sin presentar batalla.”
Las palabras del rey encendieron el ánimo de los hombres, quienes se apresuraron aún más. El ejército se desvió del camino a los Vados del Isen y se dirigió hacia el sur, hacia la fortaleza de Cuernavilla en el Abismo de Helm. Cuando finalmente llegaron, la noche ya había caído por completo, y las sombras de las montañas rodeaban el valle. La fortaleza, con sus murallas altas y antiguas, ofrecía una defensa formidable, pero el enemigo que se avecinaba era imponente. Las fuerzas de Saruman eran innumerables, y se movían como una marea oscura que amenazaba con engullir todo a su paso.
Théoden ordenó que los hombres se prepararan para la batalla. Sabía que el enemigo estaba cerca, y no tardarían en atacarlos. Gimli, apoyado en el parapeto del muro, miraba las sólidas rocas de Cuernavilla con satisfacción. “El corazón siempre se me anima en las cercanías de las montañas,” dijo, pisando las piedras con orgullo. Legolas, su compañero elfo, a su lado, miraba la oscuridad que se extendía más allá del muro, inquieto por lo que la noche traería consigo. “Desearía que hubiera entre nosotros más de los de tu raza,” comentó Legolas, lamentando la escasez de arqueros élficos, pues sabía que los hombres de Rohan, aunque valientes, no serían suficientes.
La calma de la noche fue rota abruptamente cuando las primeras señales del enemigo aparecieron. Flechas rasgaron la oscuridad, y los cuernos de guerra resonaron desde los valles. Las tropas de Saruman habían llegado. El ejército de orcos, hombres salvajes y jinetes de lobos avanzaba como un torrente imparable hacia el Abismo de Helm. La primera oleada fue brutal. Antorchas iluminaban el valle mientras los orcos atacaban la empalizada, intentando escalar las murallas. La batalla había comenzado.
Eomer, Aragorn y los caballeros de Rohan luchaban sin tregua. Desde el Muro del Bajo, disparaban flechas y lanzaban pedruscos sobre el enemigo, pero la marea de orcos y hombres salvajes parecía interminable. Una y otra vez, los enemigos intentaban escalar las murallas, y aunque muchos caían, siempre llegaban más, como una ola que no cesa. “Ha llegado la hora de las espadas,” dijo Aragorn, mientras él y Eomer lideraban una carga desesperada para detener a los orcos que se acercaban a las puertas.
Mientras la batalla rugía, el enemigo recurrió a la brujería. Los orcos, liderados por las artes oscuras de Saruman, utilizaron explosivos traídos desde Orthanc para abrir una brecha en el muro. Con un estruendo aterrador, una sección de la muralla se desmoronó, permitiendo que las tropas enemigas comenzaran a entrar en el Abismo de Helm. El enemigo avanzaba imparable, y los defensores se vieron obligados a retroceder hacia la ciudadela de Cuernavilla. La situación parecía desesperada. Aragorn, incansable, animaba a los hombres, luchando con valor en cada rincón del muro. A su lado, Legolas seguía disparando flechas, aunque ya se quedaba sin munición. Gimli, por su parte, luchaba con furia, sumando más orcos a su cuenta personal, mientras competía amistosamente con Legolas por quién mataba más enemigos.
El rey Théoden, al ver la gravedad de la situación, comprendió que la batalla estaba llegando a su punto culminante. Reunió a sus hombres y les habló de una última carga al amanecer, cuando sonarían los cuernos de Helm y él mismo lideraría la cabalgata. “Haré sonar el cuerno de Helm, y partiré,” dijo Théoden con resolución. Sabía que podría ser su último combate, pero prefería morir en el campo de batalla que atrapado como un viejo tejón en una trampa.
Con la llegada del alba, cuando el cielo comenzó a clarear en el este, Théoden se preparó para la carga final. Sin embargo, justo en el momento en que las puertas de Cuernavilla estaban a punto de ceder y los orcos se preparaban para entrar, un sonido profundo y poderoso resonó por el valle. El gran cuerno de Helm, desde lo alto de la torre, hizo eco en las montañas. Los orcos y hombres salvajes vacilaron, aterrados por el sonido.
A continuación, una escena extraordinaria se desarrolló. Desde el valle, surgió un nuevo ejército. Erkenbrand había llegado, acompañado por un ejército de refuerzos. Pero no venían solos. En las colinas, un jinete vestido de blanco cabalgaba al frente de la columna: era Gandalf, quien había regresado en el momento más crítico. “¡Contemplad al Caballero Blanco!” gritó Aragorn, lleno de esperanza. El ejército enemigo, al ver la llegada de Gandalf y sus hombres, fue presa del pánico. Las fuerzas de Saruman, aterrorizadas, comenzaron a huir.
La carga final de Théoden fue una visión de gloria. Montado en Crinblanca, el rey lideró a los Eorlingas en un ataque demoledor. Los caballeros de Rohan descendieron como una tormenta sobre el enemigo, arrasando a los orcos y hombres salvajes que huían despavoridos. Al mismo tiempo, un bosque oscuro y denso, que no estaba allí antes, había aparecido misteriosamente en el valle. Los orcos que intentaban huir hacia el bosque no volvieron a salir jamás.
Así, la batalla del Abismo de Helm concluyó con una victoria total para Rohan. La llegada de Gandalf y Erkenbrand, junto con la valentía de Théoden, Aragorn, Eomer, Legolas y Gimli, había asegurado la salvación de Rohan. Aunque la batalla fue dura y muchos hombres cayeron, la luz del día trajo consigo la esperanza de un nuevo amanecer para los pueblos libres de la Tierra Media.
¿Cómo pudo Saruman perder la batalla de Cuernavilla?
El Abismo de Helm es el escenario de una de las batallas más épicas de la literatura y el cine: la batalla de Cuernavilla. «Se decía que en los lejanos días de gloria de Gondor los reyes del mar habían edificado aquella fortaleza con la ayuda de gigantes.»
La derrota de Sáruman en el Abismo de Helm no fue fruto del azar, sino de una mala estrategia sumada a la ceguera de su propia ambición.
El mago, quien antaño fue contado entre los más sabios, cayó en la trampa de su propia soberbia.
El ejército de Rohan
El ejército de los rojírrim que defendió Cuernavilla era pequeño en número, pero grande en espíritu.
Alrededor de mil jinetes habían cabalgado desde Édoras bajo el mando de Théoden, el rey de Rohan. Entre sus filas destacaban Éomer y héroes como Áragorn, Légolas y Guímli; quienes se unieron a los valientes soldados de la Marca.
Además, en la fortaleza ya se encontraban unos mil soldados más, parte de la guarnición permanente del Abismo de Helm. Estos hombres, aunque no tan experimentados como los jinetes de Edoras, poseían un conocimiento profundo del terreno y de las defensas que ofrecía el Abismo, lo que compensaba en parte su falta de veteranía.
Refuerzos y la llegada de Erkenbrand
Cuando la situación parecía desesperada, la fortuna de Rohan cambió con la llegada de Gandalf, quien trajo consigo a Erkenbrand y mil soldados más del Folde Oeste. Estos refuerzos, aunque tardíos, llegaron en el momento más crítico de la batalla, dando un nuevo aliento a los defensores. Junto a ellos, los huorns —extrañas y ancestrales criaturas del bosque— se presentaron en la llanura, sembrando el caos entre los orcos de Saruman, quienes no estaban preparados para enfrentarse a tales poderes.
Fortalezas del ejército de Rohan
- Conocimiento del terreno: Los defensores de Rohan conocían el Abismo de Helm como la palma de su mano. La estrecha garganta y las murallas que la rodeaban brindaban una ventaja táctica natural. El terreno angosto limitaba la capacidad de los orcos de usar su abrumadora superioridad numérica, permitiendo a los rohirrim mantener una línea defensiva eficaz.
- Fortificaciones legendarias: La fortaleza de Cuernavilla, construida en tiempos remotos por los númenóreanos con la ayuda de los gigantes, era un baluarte de resistencia. Sus altos muros y su localización en el valle del Abismo la hacían casi inexpugnable, proporcionando un refugio seguro a los defensores y una defensa casi impenetrable ante los ataques.
- Moral elevada: Luchar por la patria, la familia y la supervivencia otorga una fuerza que no puede medirse en números. Los soldados de Rohan sabían que no solo defendían una fortaleza, sino todo lo que amaban y valoraban. Esa desesperación les daba un coraje feroz y una resistencia tenaz, que sorprendió a las fuerzas de Isengard.
Debilidades del ejército de Rohan
- Inferioridad numérica: Uno de los mayores desafíos de Rohan era su número reducido. Con solo unos 2,000 defensores, estaban muy por debajo de los 10,000 soldados que Saruman había enviado para destruirlos. Esto forzó a los rohirrim a luchar en una posición defensiva desde el principio, sin margen para maniobrar o lanzar ofensivas.
- Falta de armamento avanzado: Aunque la caballería de Rohan era formidable en las llanuras, las tropas carecían de maquinaria de asedio o armas avanzadas para contrarrestar las tácticas agresivas y los explosivos de los Uruk-hai. Dependían casi por completo de las defensas del Abismo de Helm y del terreno ventajoso, sin poder igualar la tecnología destructiva de sus enemigos.
- Escasez de recursos y provisiones: Los defensores de Cuernavilla no estaban preparados para un asedio prolongado. Con recursos limitados y pocas provisiones, la estrategia de defensa se basaba en resistir hasta la llegada de refuerzos, lo que los dejaba en una posición vulnerable si la batalla se extendía demasiado.
El ejército de Isengard
El ejército de Saruman era una masa oscura y violenta, forjada en los abismos de Isengard, una mezcla de criaturas que encarnaban lo peor de las razas de la Tierra Media. Bajo la atenta mirada del mago caído, marchaban hacia la fortaleza de Cuernavilla, confiados en su número y fuerza bruta. Pero las sombras que avanzaban sobre el Abismo eran diversas y peligrosas, cada una con un propósito distinto en la gran maquinaria de guerra.
Los orcos de Isengard
Los orcos de Isengard constituían la columna vertebral del ejército de Saruman. Criados en los fosos bajo la fortaleza, estos seres deformes y crueles eran una mezcla de orcos traídos de las Montañas Nubladas y otros criados especialmente para la guerra. Rápidos en saquear y despiadados en batalla, los orcos de Isengard eran impetuosos y ruidosos, aunque carecían de la disciplina que hacía falta en un enfrentamiento prolongado. Saruman los usaba como la primera ola en sus ataques, confiando en su brutalidad para desestabilizar al enemigo.
Los Uruk-hai
Sin embargo, la verdadera fuerza del ejército de Isengard residía en los Uruk-hai. Más altos, más fuertes y más resistentes que los orcos comunes, estos guerreros creados por Saruman no conocían el miedo, ni a la luz del sol ni a la muerte. Su lealtad era inquebrantable, su disciplina implacable. Marcados con la Mano Blanca de Isengard, marchaban al frente de la batalla, portando espadas pesadas y escudos negros, avanzando como una tormenta imparable. A diferencia de los orcos, los Uruk-hai no solo buscaban la destrucción: buscaban la victoria, y lo hacían con una eficiencia aterradora.
Los semi-orcos y hombres-goblin
Entre las filas de Saruman también se encontraban los semi-orcos, fruto de los oscuros experimentos del mago. Eran más astutos que los orcos y más rápidos que los hombres, y servían como exploradores y asesinos en el campo de batalla. Aunque no eran tantos como los Uruk-hai, su habilidad para mezclarse entre las sombras y su naturaleza traicionera los convertían en herramientas letales para las operaciones más delicadas.
Respecto al origen de los semi-orcos, J. R. R. Tolkien sugirió al final de su vida que:
Con el tiempo se hizo evidente que algunos Hombres podían, bajo el dominio de Morgoth o sus agentes, descender en unas pocas generaciones casi al nivel de los Orcos en mente y costumbres; y entonces se acoplaban con orcos, produciendo nuevas razas, a menudo más grandes e inteligentes. No cabe duda de que mucho después, en la Tercera Edad, Saruman lo descubrió, o lo aprendió en sus investigaciones, y en su codicia de poder lo llevó a cabo, la más malvada de sus obras: el cruce de Orcos y Hombres, que produjo Orcos-hombre, grandes e inteligentes, y Hombres-orco, viles y traicioneros.
– El Anillo de Morgoth (Christopher Tolkien)
Los dunlendinos
Por último, entre los guerreros de Isengard se encontraban los dunlendinos, hombres salvajes de las tierras sombrías al oeste de Rohan. Impulsados por un odio ancestral hacia los rohirrim, se unieron a Saruman buscando venganza y la promesa de recuperar sus tierras. Aunque carecían de la fuerza brutal de los Uruk-hai, su ferocidad en combate y su conocimiento del terreno los convertían en un enemigo temible. Armados con hachas y espadas pesadas, los dunlendinos luchaban con una furia desesperada, dispuestos a morir si con ello podían derribar a los que consideraban usurpadores.
Fortalezas del ejército de Isengard
- Superioridad numérica: Con 10,000 soldados a su disposición, Saruman confiaba en abrumar a los defensores mediante un ataque masivo. La fuerza combinada de los Uruk-hai y los dunlendinos superaba ampliamente a los defensores en número, y su poder parecía invencible cuando marcharon hacia las murallas de Cuernavilla.
- Tecnología de asedio: Saruman, el hechicero traidor, había dotado a sus tropas de armas que ninguno en la Tierra Media había visto antes. Explosivos y máquinas de asedio fueron usados para romper las murallas que habían protegido el Abismo durante siglos, creando una brecha crucial que permitía a sus tropas asaltar la fortaleza de manera directa.
- Disciplina de los Uruk-hai: Los Uruk-hai no eran meras bestias de guerra. A diferencia de los orcos comunes, estas criaturas eran disciplinadas y avanzaban con precisión militar, llevando el estandarte de la Mano Blanca de Isengard hacia las puertas de Cuernavilla. Su fuerza física y su entrenamiento en combate los convertían en una amenaza mortal.
Debilidades del ejército de Isengard
- Falta de cohesión interna: A pesar de su número y fuerza, el ejército de Isengard era una amalgama de seres con diferentes motivaciones. Los orcos luchaban por odio, los Uruk-hai por obediencia ciega a Saruman, y los dunlendinos por venganza. Esta falta de una causa unificada socavó la cohesión del ejército, especialmente cuando la batalla comenzó a volverse en su contra.
- Desconocimiento del terreno: El Abismo de Helm y sus estrechos desfiladeros resultaron ser una trampa mortal para las huestes de Isengard. Aunque Saruman conocía bien la región, sus soldados no estaban familiarizados con el terreno, y el combate en espacios reducidos anuló en gran medida la ventaja numérica que poseían.
- Ausencia de liderazgo en el campo de batalla: Mientras Théoden estaba en la primera línea, inspirando a sus hombres, Saruman permaneció en su torre de Orthanc, confiando en sus órdenes y en la brutalidad de sus tropas. Esta falta de un liderazgo fuerte en el campo de batalla se hizo evidente cuando las cosas empezaron a salir mal, dejando a las fuerzas de Isengard desorganizadas y sin una figura que las guiara en los momentos más críticos.
Los graves errores de Saruman
1. Falta de estrategia
El primer error fundamental de Saruman es su falta de una estrategia coherente y bien definida.
Aunque Saruman planea la invasión de Rohan y el control del Anillo Único, no parece haber considerado seriamente cómo estos dos objetivos se relacionan entre sí ni las posibles consecuencias a largo plazo. Clausewitz, un teórico militar de renombre, subrayó que la estrategia debe estar subordinada a los objetivos políticos, y Saruman, cegado por su arrogancia y ambición, deja que sus deseos de poder personal y su odio hacia los pueblos libres guíen sus decisiones. Esto lleva a un enfoque fragmentado y desarticulado, donde las operaciones tácticas —como el envío de Uglúk para capturar el anillo o el asalto a los vados del Isen— no están alineadas con un objetivo estratégico mayor.
Saruman actúa como un personaje impulsado por la arrogancia y la ira. Al decidir emprender una guerra abierta con Rohan, sin primero asegurar su victoria en otros frentes críticos (como la obtención del Anillo), sacrifica su flexibilidad y pone en riesgo su supervivencia. En lugar de conservar su poder e influir en los acontecimientos desde las sombras, Saruman muestra una temeraria falta de prudencia.
2. Priorizar la táctica sobre la estrategia
El segundo gran error de Saruman es la priorización de las operaciones tácticas sobre las estratégicas. En lugar de preguntarse si debería atacar Rohan, Saruman se preocupa únicamente por cómo ejecutar la invasión. Su plan operativo para eliminar a Théodred, el heredero de Rohan, es un ejemplo claro de cómo una operación táctica puede dictar decisiones estratégicas. El ataque inicial al vado del Isen asegura la guerra con Rohan, pero Saruman parece ignorar el hecho de que no tiene un plan claro para lidiar con las consecuencias de tal conflicto.
Este tipo de error es común cuando los líderes militares permiten que las preocupaciones tácticas tomen el control de las decisiones estratégicas. Saruman cae en la trampa de centrarse tanto en cómo derrotar a Rohan que no considera si ese curso de acción es el más prudente. El resultado es que se adentra en una guerra que, incluso si la ganase, lo dejaría en una posición debilitada ante su enemigo principal, Sauron.
3. No actualizar la estrategia según las condiciones
El tercer error crítico es la incapacidad de Saruman para ajustar su estrategia a medida que las condiciones cambian. A lo largo de la narrativa, vemos cómo Saruman persiste en su plan original incluso cuando las circunstancias exigen una revisión. La aparición de los ents y la creciente movilización de los Rohirrim deberían haberle hecho reconsiderar sus opciones, pero Saruman se mantiene obstinado. Su decisión de continuar con su ataque al Abismo de Helm, a pesar de las señales claras de que su estrategia estaba fallando, es un ejemplo claro de este error.
En la guerra, la adaptabilidad es clave. Los grandes estrategas saben cuándo cambiar de rumbo y cuándo retirarse para preservar fuerzas. Saruman, cegado por su orgullo, no logra adaptarse y, como resultado, sus fuerzas son destruidas tanto por los Rohirrim como por los ents, dejando su reino de Isengard indefenso.
4. Subestimar a sus enemigos
Saruman comete un grave error al subestimar tanto a los hombres de Rohan como a los ents. Al considerar a los Rohirrim como un pueblo «inferior», y a los ents como meros árboles que no supondrían una amenaza, Saruman demuestra una falta de comprensión sobre la naturaleza de sus adversarios. El mago blanco desprecia a los pueblos libres y, por tanto, no toma las precauciones necesarias para asegurar su victoria.
La arrogancia de Saruman es su perdición. Subestima tanto el poder de los pueblos libres como su capacidad para unirse en tiempos de crisis. Su ejército de orcos y hombres salvajes, impulsado por el odio y el rencor, no puede igualar moralmente a los hombres que luchan por una causa: la defensa de sus familias, su hogar y su tierra.
5. Ignorar las contingencias
Saruman parece no haber considerado ningún plan de contingencia en caso de que su ataque a Rohan fracasara. Su dependencia de un éxito completo y absoluto en todos los frentes lo deja sin opciones cuando las cosas comienzan a ir mal. Cuando los ents marchan sobre Isengard y los Rohirrim ganan la batalla del Abismo de Helm, Saruman no tiene ningún plan alternativo. Su única respuesta es encerrarse en su torre, donde finalmente es derrotado.
Un buen estratega siempre tiene un plan B. Las circunstancias pueden cambiar de manera inesperada, y la capacidad de adaptarse a esas nuevas realidades es lo que diferencia a un líder exitoso de uno derrotado. Saruman, al no prever la posibilidad de un fracaso, muestra su debilidad como estratega.


