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EL-CAMINO-DE-ISENGARD-LAS-DOS-TORRESResumen
Tras la devastadora batalla del Abismo de Helm, el sol brilló sobre un prado verde donde Théoden y Gandalf se reunieron con los héroes de la batalla, Aragorn, Legolas y Erkenbrand. El ambiente era de alivio, pero la maravilla prevalecía: el bosque que había aniquilado a los orcos continuaba erguido como un testimonio imponente de fuerzas antiguas y misteriosas. La llegada de Eomer y Gimli añadió un toque de humor al reencuentro. Gimli, con una venda ensangrentada, proclamó orgullosamente: «¡Cuarenta y dos, maese Legolas! ¡Se me ha mellado el hacha!» La camaradería entre los compañeros era evidente, una chispa de ligereza en medio de un paisaje cargado de pérdida y reflexión.
Théoden, rejuvenecido por el heroísmo y la victoria, reconoció el misterio de los árboles que habían sellado la suerte de los orcos. Gandalf reveló que no se trataba de magia suya, sino de un poder antiguo, nacido antes de que los elfos cantaran o los hombres forjaran herramientas. Con ese misterio aún resonando en el aire, Gandalf propuso un viaje a Isengard, donde aguardaban respuestas y nuevas sorpresas. Théoden, con resolución, decidió acompañarlo: «No volveremos a separarnos. Iré contigo.»
Durante las horas que siguieron, se cavaron tumbas para los caídos y se realizaron rituales solemnes. Théoden lloró especialmente la pérdida de Háma, su leal capitán. Los cadáveres de los orcos, imposibles de enterrar, fueron dejados al borde del bosque, y Gandalf advirtió que los árboles sabrían qué hacer con ellos. La despedida del Rey fue emotiva: los hombres, mujeres y niños del Folde Oeste salieron de las cavernas para entonar un canto de victoria antes de que la comitiva partiera hacia el norte.
Al llegar al misterioso bosque que se extendía sobre el valle, los caballos y hombres dudaron. Las ramas colgaban como dedos buscando el suelo, y las raíces eran como extremidades de criaturas antiguas. Gandalf lideró el camino a través de un túnel que los árboles parecían abrir para ellos. Dentro, un aire denso y cargado de cólera parecía vibrar en los oídos, mientras murmullos y crujidos llenaban la penumbra. Legolas sintió la presencia de una inmensa ira, mientras Gimli se mantenía cerca de Gandalf, desconfiando del bosque. «Esto es obra de Fangorn,» explicó el mago, refiriéndose al misterioso poder que había arrasado a los orcos.
En medio de esta tensión, Legolas y Gimli tuvieron una de sus conversaciones más personales. El elfo se maravilló ante los árboles, deseando comprenderlos, mientras el enano evocaba con pasión las maravillas subterráneas de las Cavernas Centelleantes del Abismo de Helm. La disputa terminó con un pacto: si ambos sobrevivían a la guerra, visitarían juntos los dominios de Fangorn y las cavernas, un gesto de amistad que trascendía las diferencias de sus razas.
La compañía llegó a los Vados del Isen al anochecer. Allí, encontraron un túmulo erigido para los muertos de la batalla, rodeado de lanzas como guardias silenciosas. Gandalf explicó que había reunido a los hombres dispersos de Rohan, enviando algunos a defender Edoras y otros a reforzar Cuernavilla. Théoden, agradecido pero melancólico, reconoció que su tiempo en la Tierra Media estaba llegando a su fin.
Al día siguiente, cabalgaron hacia Isengard por el camino antiguo. A medida que se adentraban en el Valle del Mago, la desolación se volvía evidente: campos arrasados, zarzales enredados y bosques destruidos. Finalmente, ante la columna de la Mano Blanca, notaron que la insignia estaba manchada de sangre coagulada, como un presagio de la caída de Saruman. Poco después, las puertas de Isengard aparecieron ante ellos, destruidas y retorcidas. La llanura interior estaba anegada, convertida en un lago humeante donde flotaban los restos de las creaciones de Saruman. Sin embargo, Orthanc, la torre negra, seguía erguida, intacta e imponente.
La visión más extraña los aguardaba en los escombros de la entrada: dos pequeñas figuras, Merry y Pippin, sentados tranquilamente entre restos de comida, fumando en pipa como si estuvieran en un día de picnic. Su actitud relajada contrastaba con la devastación circundante. «¡Bienvenidos a Isengard!» proclamó Merry con humor, explicando que Bárbol había tomado el control de la fortaleza.
El reencuentro fue alegre y lleno de reproches humorísticos de Gimli y Legolas hacia los hobbits. Gandalf, con una carcajada, guio a Théoden hacia Bárbol, prometiendo que allí aprendería de la sabiduría del ser más antiguo de la Tierra Media. El capítulo culminó con la promesa de un nuevo comienzo, incluso en medio de tanta destrucción, mientras la Compañía continuaba su marcha hacia lo desconocido.
Análisis del capítulo
Este capítulo es un respiro tras la intensidad del Abismo de Helm. No es solo una pausa narrativa; es una transición que Tolkien llena de momentos memorables, emociones profundas y conexiones entre personajes. Es una mezcla de alegría, solemnidad y el eco de lo que está por venir.
1. Una victoria llena de matices
La apertura del capítulo está impregnada de un aire épico. Los personajes principales se reencuentran, y Tolkien, con su prosa formal, les da un brillo casi mítico. Théoden, Gandalf y los demás parecen figuras de un antiguo poema. Sin embargo, la solemnidad se equilibra con momentos de humor: el intercambio entre Gimli y Legolas sobre quién abatió más enemigos nos recuerda la cercanía entre ellos y aporta ligereza tras la tensión de la batalla.
El discurso de Gimli sobre las Cavernas Centelleantes es uno de los puntos altos. Su entusiasmo y la pasión con la que describe su belleza revelan un lado más sensible del enano. Este momento no solo refuerza su vínculo con Legolas, sino que simboliza algo mayor: la posibilidad de que culturas distintas se entiendan y valoren mutuamente.
2. Théoden y su despertar al mundo
Théoden, que ya ha dejado atrás la influencia de Saruman, emerge aquí como un hombre reflexivo. Su reacción ante la muerte de Háma, su capitán, muestra su dolor y humanidad. Pero lo más interesante es cómo este viaje lo confronta con maravillas que no conocía o había olvidado. Los ents y el bosque de Fangorn lo llenan de asombro y, al mismo tiempo, de una melancolía por la inevitable pérdida de lo antiguo.
El rey empieza a entender que el mundo es más vasto y complejo de lo que creía. Su lamento por las cosas que se perderán resuena con un tema clave en El Señor de los Anillos: la fragilidad de lo bello frente al paso del tiempo y el conflicto.
3. Gandalf: el líder críptico
Gandalf mantiene su papel de guía, aunque a veces su actitud misteriosa y despreocupada resulta frustrante para los personajes (y el lector). Sin embargo, su insistencia en ir a Isengard, pese al cansancio de los Rohirrim, refuerza la urgencia de enfrentarse a Saruman. Gandalf no solo lidera; también representa una perspectiva más amplia, recordando a Théoden y a los demás que su lucha es parte de algo mucho mayor.
4. Reconciliación y misericordia
Un momento significativo es cómo los Rohirrim tratan a los Dunlendinos capturados. Lejos de la venganza, los perdonan y les dan la oportunidad de redimirse. Un acto que refleja la nobleza de los hombres de Rohan y contrasta con la crueldad de Sauron y Saruman. Aunque el conflicto con los Dunlendinos no se resuelve por completo, este gesto sugiere que la reconciliación es posible, incluso en medio del odio heredado.
5. La presencia de Fangorn
El bosque de Fangorn y los ents aportan una dimensión casi sobrenatural al capítulo. El bosque, con sus susurros y sombras, es tanto un lugar de peligro como de maravilla. Los ents, vengadores silenciosos de la naturaleza, eliminan los restos de la batalla con una eficacia casi aterradora. La reacción de los personajes, especialmente la fascinación y el temor de Legolas, resalta la fuerza de lo antiguo frente a lo efímero de los hombres.
6. El peso de Isengard
El viaje hacia Isengard está cargado de anticipación. Tolkien describe la fortaleza con una minuciosidad que la convierte en un personaje más. Su transformación, de un lugar hermoso y fértil a un páramo devastado por la ambición de Saruman, es un poderoso recordatorio de las consecuencias de la codicia y el abuso del poder. Saruman ha intentado emular a Sauron, pero su creación no es más que una pálida imitación de la Torre Oscura. Este contraste subraya su caída, tanto moral como estratégica.
7. El reencuentro con los hobbits
La aparición de Merry y Pippin, relajados y disfrutando de un festín entre las ruinas, aporta un toque de humor surrealista. En medio de la devastación de Isengard, los hobbits son un recordatorio de la resiliencia y la capacidad de encontrar consuelo incluso en los momentos más oscuros. Su encuentro con Théoden es entrañable y marca el inicio de una relación que será importante más adelante.
Es un capítulo que, a pesar de su aparente sencillez, está lleno de vida. La mezcla de humor, melancolía y maravilla hace que estas páginas sean inolvidables. Tolkien nos invita a reflexionar sobre lo que significa luchar, perder y preservar lo que realmente importa en un mundo cambiante.


